Hasta hace pocos años, el santuario permaneció cuidado por un santero, una figura cuya existencia se remonta al siglo XVI, según determina la documentación conservada en la concatedral de San Pedro. En la actualidad la habitación aparece recreada tal y como era la residencia del santero.
Residía en la ermita, tenía un salario y obligaciones, entre las cuales recorrer cada semana la ciudad solicitando óbolos para el mantenimiento de la ermita. Debía vestir una saya de ermitaño, aún cuando era un empleado contratado.