Imperial, apasionante e imponente. Así es ‘La Perla del Danubio’, una de las sorpresas más gratas y más bellas del trote por Europa. Budapest no tiene nada que envidiar a capitales como Berlín, París o Roma, que durante años se han ganado la medalla de oro en el pedestal de las más visitadas, y a menudo deseadas. Con una arquitectura sobrecogedora, mirar al cielo se convierte en un lujo vayas donde vayas, unos edificios que soportan un gran peso de la historia en sus pilares.
Bañada por el Danubio, el segundo río más largo de Europa, y con obras arquitectónicas más espléndidas a lo largo de las dos orillas, recuerda inevitablemente a París, con los edificios imponentes que se disponen por el río Sena. Pero en Budapest se respira más autenticidad.
Budapest es una metrópoli elegante que mantiene un toque de esplendor y sobriedad, heredado de su agitado pasado bélico, como dejan entrever sus múltiples cicatrices en las fachadas de unos edificios que asombran sin pretenderlo. El termalismo es una de sus mejores bazas turísticas, con algunos de los baños de aguas medicinales más antiguos de toda Europa.
Historia por los cuatro costados que se refleja en su red museística, además los vestigios y recuerdos de un pasado bélico que no quieren olvidar. Es la ciudad más poblada de su zona y se sitúa entre las diez primeras de Europa. Su gastronomía no es para echar cohetes pero puede ofrecer alguna grata sorpresa. Visita obligada a los ‘bares ruina’.
Dentro de sus ‘bandas distintivas’ destaca su sistema de cuevas de aguas termales, el más grande del mundo, o su Parlamento, el tercero más grande en todo el globo. La sinagoga del barrio judío es la segunda más grande del mundo después de la de Jerusalén.